Meditación para hablar con tu niño/a interior

Esta es una meditación de seguimiento al reto de 21 días Volver al amor que ya encuentras disponible en este blog.

Hoy quiero contribuir un poco más a ayudarte a abrir canales de comunicación con tu interior. En la pasada Meditación para abrir tu corazón trabajamos la apertura del chakra corazón a través del perdón, el reconocimiento y la gratitud.

Para continuar esa apertura, hay que identificar cuáles son las heridas profundas, las cosas que deseábamos que nos dijeran o que nos dieran cuando fuimos niños y lo que no.

Para que eso ocurra, hay que hablar. Iniciar la conversación.

Enfatizo en esta palabra, «hablar», porque cada persona tiene heridas o bloqueos muy profundos de esta vida o de pasadas y reconozco hay maestros espirituales dedicados al trabajo profundo de sanación.

Para sanar, hay que identificar el síntoma y la raíz de la enfermedad.

Esta meditación guiada puede ayudarte si:

  • Sientes que repites patrones y situaciones de dolor
  • Sientes que no estás conectado, no sabes hacia dónde vas ni por qué nadie te entiende o te escucha
  • Sientes que andas un camino a ciegas y que ves un futuro que no llega y te ves en la necesidad de un consejo de tu futuro yo
  • Deseas reconectar con tu voz interna y con los deseos de tu alma

Repite esta meditación con el audio o por tu cuenta las veces que quieras. Accede y permítete este camino de conexión.

Namasté,

Natalia

La guerra interna de Marie Colvin

Hay pocas mujeres periodistas corresponsales de guerra. Colvin fue una de las más admiradas por su tenacidad y talento de relatar el sufrimiento humano de los conflictos en países de Asia, los Balcanes, África y el Medio Oriente para el periódico británico The Sunday Times.

Pero su vida personal no fue tan glamurosa. Cubrir guerras tiene un precio. La periodista estadounidense sufrió de estrés postraumático en múltiples ocasiones. Se refugió en los cigarrillos y el alcohol.

Su deterioro es paralelo a la degradación de los conflictos armados en la actualidad.

Ese deterioro físico, mental y emocional es presentado con brutal honestidad en la película biográfica A private war (2018).

El filme dirigido por el documentalista Matthew Heineman, inspirado en el artículo de Vanity Fair de su mismo nombre, carece de dosis de teatralidad.

La configuración de escenas emblemáticas en la carrera de Colvin evocan gran naturalidad: la guerra civil en Sri Lanka, donde Colvin perdió su ojo izquierdo; la invasión en Irak; la insurgencia en Libia; la guerra en Siria y esa trágica cobertura en Homs, donde la corresponsal perdió su vida.

La actuación de Rosamund Pike como Colvin es magistral. Y lo digo porque, como periodista, pude conectar con las mañas de su personaje desde el principio. Me sentí muy identificada con la historia de Colvin. Hubo escenas, miradas, pensamientos y miedos que yo también experimenté en mis coberturas en Israel, Turquía, Colombia y Guatemala, entre otros países.

En ocasiones, vi en los ojos de Pike la desolación de Colvin, la mía y la de decenas de colegas periodistas más ante los conflictos y la indiferencia de las sociedades en las llamadas superpotencias.

En ocasiones, entendí el conflicto interno de Colvin de seguir esa vida o tirar todo por la borda. Vacacionar en las Bahamas, elegir una vida tranquila en casa, desatenderse del dolor de personas que no veríamos jamás.

En el filme se presenta cómo Colvin lucha contra el sistema, la industria de los medios de comunicación que privilegian la negatividad, la sangre, la muerte y la destrucción y cómo… quiso salirse de ese círculo vicioso.

Porque después de Libia, ella percibió que los periodistas habían perdido poder. Que los medios ya no influenciaban la toma de decisiones de los Gobiernos en intervenir en conflictos extranjeros. Que por más real y honesto que fuesen los retratos de estas vidas perdidas, de estos crímenes de guerra, la opinión pública ya no se inmutaba.

Evolucionamos…perdiendo interés, empatía, coraje ante el dolor.

Caímos en una era de deshumanización.

En meses en que el tema de la posverdad, las noticias falsas y el miedo al Otro están socavando el ejercicio del periodismo y reformando las salas de redacción, el filme busca rescatar la esencia de la práctica.

Y enfatiza en su debilidad:  cada vez es más difícil conectar.

En una escena el editor de Colvin le dice, tras meses de ausencia en el campo, que tiene que volver a reportar y ella le discute que no lo hará por más premios y reconocimientos. Que reportar ya le afecta. Ya perjudica su vida afectiva, tu salud mental y emocional, y que eso a los editores y jefes de medios no les importa.

Son los periodistas carne de cañón para la venta del sensacionalismo.

A lo que el editor le comenta que si ella pierde convicción en reportar, ¿qué esperanza le queda al resto de las personas que no pueden viajar y ver estas atrocidades con sus propios ojos?

Nadie obligó a Colvin a seguir esta ruta. La película no la presenta ni como heroína ni como víctima de sus decisiones. Ella sabía a lo que se exponía. Ella decidió apostar por la verdad.

Para ella pesó más demostrar la indiferencia global: cómo hemos perdido interés por el mundo, cuán desconectados estamos de la realidad, cuántas injusticias permitimos que ocurran por la falta de diálogo, cuánto nos separamos del Otro por ser de otra cultura, otra clase, otra mentalidad.

Porque «allá ellos», «yo estoy bien acá»…

En fin, ¿la recomiendo? Sí. A private war no es una película fácil de ver con palomitas. Es un retrato ni muy cruel ni muy sensacionalista de una mujer que decidió cargar con el peso de la ética periodística y la indiferencia del mundo a sus espaldas intentando con sus reportajes y el trabajo con el fotoperiodista Paul Conroy que las injusticias nos importaran.

Cuenta con refugiados reales como actores de reparto en todas las escenas grabadas en Jordania, uno de los países con más refugiados del mundo. Cuenta con una magnífica canción escrita por Annie Lennox: Requiem for a Private War.

Muestra el precio de ser testigos de la violencia y el precio de no actuar.

Muestra cómo hemos caído y lo que nos falta para levantarnos como sociedad global.

Libros relacionados:

  • On the Front Line, the collected journalism of Marie Colvin
  • The Face of War, Margaret Gellhorn
  • Ante el dolor de los demás, Susan Sontag

El culto a Frida y el amor que elegimos vivir

En ese culto a Frida y todo lo que nos educaron representa su figura, olvidamos que ella siempre eligió.
A quién amar, cómo amar y qué recibir.
Alabamos su transformación del dolor y sufrimiento en arte pero no cuestionamos su vida. Porque, ¿para qué?
Esa reflexión es la que me llevo de mirar más allá de este (no tan nuevo) cuadro, esta interpretación.
Una decide qué merece, una ELIGE cómo desea ser tratada, una establece las pautas de qué clase de amor quiere y se permite vivir.
Una elige siempre qué dar, qué quiere recibir, con qué se va a conformar.
Una elige qué esconde, qué revive, qué ignora, qué llora.
Una SIEMPRE elige cómo y a quién amar.
Y ese (re)conocimiento, por más sencillo que parezca, es poder.

-Natalia Bonilla

Aprendiz de las leyes del universo

Naufragué, kilómetros antes de llegar a la orilla. Las pruebas del viaje, los monstruos que batallé, los días y semanas sin ver tierra y las dudas, agotaron la energía que tenía en mí.

El desgaste emocional era tal que, para el tiempo que pedí ayuda al Universo, a Dios, a la Diosa, jamás esperé que el barco de rescate fuese una persona. Habíamos coincidido par de veces compartiendo pequeños retratos de aventuras por el mundo, yo con Gaia y ella con los saberes ancestrales de la India. Esta vez nos vimos. Yo resuelta a dejar de luchar con el agua en el cuello, lista para mi destino. Aceptar el naufragio, el fracaso, las pérdidas. Ella lista para dar, ofrecer sus saberes, abrir puertas bloqueadas.

Fue en un encuadre de mis constelaciones familiares que me hizo notar mis puntos ciegos. Los hizo visibles para mí. Descubrí, aturdida entre tanta información cósmica, que todo el tiempo había nadado con un ancla halando mis pies hacia las profundidades del mar. Un ancla que no quería conscientemente ver, que le restaba importancia, que mi ego no quería reconocer… ni agradecer.

Describir el tumulto de emociones que experimenté la tarde de ayer sería una odisea en estos momentos. Sería revivir historias, personajes, contextos. Llegué a mi cama deshecha y sin embargo, clara. En paz. Porque todo cumple un propósito.

Mi mayor lección fue hablar de corazón ante al universo y decirle “Aquí estoy. No conozco tus leyes y estoy lista para aprender. Enséñame el juego”.

Hoy desperté con los ojos puestos otra vez en la muy alcanzable orilla, esperando las coordinadas del viento para nadar a consecuencia. Agradecí el ancla que ató mis piernas por tanto tiempo y dejé ir las energías de ella que no me pertenecían, aceptando las decisiones que otros tomaron por mí. Por más injustas que me parecieran, por más culpable que me “debía” sentir.

Mi trayecto me ha llevado ahora a ser aprendiz de las leyes del ”Tiempo” y su relación con todos los elementos que nos rodean. Ese es mi karma heredado, la herida que vine a sanar en esta experiencia terrenal.

Aquí estoy. Respirando de nuevo. Educándome en el arte de fluir de la mejor y más elevada manera posible.

A todos los náufragos y salvados que me leen, namasté.