De «Sanz», quedará la música

De Alejandro Sanz, admiro su maestría creativa. Tiene un poder de mezclar energías sagitarianas y libranas capaz de capturar la esencia del romanticismo y el color, la picardía y el humor, el desgarre y el desamor. En fin, la naturaleza compleja del ser humano en relación a través de líricas, metáforas visuales, texturas, paisajes…

No sólo son sus canciones -en ocasiones melosas; seductoras; y, en otras, suicidas-, sino el sentimiento con el que su voz de gitano acaricia los acordes, cómo están compuestas sus partituras para respetar los tiempos y los silencios que necesitan las frases.

A veces pues, útiles remedios acústicos para el corazón.

Al igual que mucho/as, «Corazón partío» fue la primera canción que escuché de él. Era muy chica en ese entonces para entender la magnitud de su significado, por qué las fans lo adoraban o «endiosaban» por ese sencillo.

No fue hasta su sexto disco, «El Alma al Aire», que empecé a conectar con su música.  A sentirla a otro nivel. A emplearla en situaciones donde la emoción no podía explicarse con palabras. A mi mente llegaba el entendimiento de oraciones ilusas y magnéticas como,

Te juro que es verte la cara y mi alma se enciende. Y sacas al sol las pestañas y el mundo florece.

Ahora que encuentro mi puerto, ahora me encuentro tu duda feroz, ahora te enseño de dónde vengo y de qué tengo hecho el corazón

Que alguien me seque de tu piel, mi amor

Abro puertas que alguien me cerró y no busco más sentido a mi dolor. 

A que aunque tu quieres, mira niña, no me dejas, porque tenemos recuerdos para llenar las penas

Ese vínculo emocional con sus producciones, reconozco, ha sido intermitente porque uno/a como humano/a, al igual que lo/as artistas, pasamos por períodos. Cuando apreciamos el talento más allá de la figura, vemos con claridad las huellas de su legado. Y Sanz ha sabido alejarse de la imagen de «seductor» y usar esa energía en mejorar su oficio.

Esta semana me invitaron a abordar «El Tren de los Momentos» tras el lanzamiento de su nuevo documental, Sanz (2018), que recopila su historia y los ensayos antes de su gran concierto en Madrid, en celebración de 20 años de su primer disco «Más».

Por alguna razón, esperé que la obra fílmica reflejara la esencia de Sanz pero no fue así. En entrevistas muy puntuales con el equipo musical, sus familiares y sus productores al inicio de su carrera, la narrativa fue bastante lineal.

Definitivo, es una obra para conocer la historia del cantante. Su lucha por ser reconocido en los escenarios, sus retos con la fama y el peso que viene con ella.

No aborda más.

Se queda ahí.

Creo que por eso escribo este post porque estoy consciente de que se podía hacer «Más». Y ese más no implica, necesariamente, apelar a las emociones de las audiencias con la típica estrategia de incorporar canciones emblemáticas en las secuencias de transición.

Que sí, hubo vídeos rescatando presentaciones de los años 1980s, 1990s y 2000s de muy poca duración para seguir con las entrevistas y un behind-the-scenes muy parco de sus ensayos para el concierto de mayo 2018.

El título de «Sanz» incluye la frase «Lo que fui es lo que soy», un intento de demostrar que sin importar el paso del tiempo, el también compositor español no deja de ser él. Su pasado suma y no resta y quizás, tras la crisis de confianza que ha sufrido por la extorsión de quienes anteriormente fueran sus empleados, por eso protege aún más su vida y lo que se conoce de ella.

Tal vez, por tal razón, estuvo de acuerdo con un documental tan recto en estructura y tan despojo de emoción. Tan falto del universo creativo que encontramos en sus canciones.

Esta obra deja una sensación de complemento, un recorrido por su carrera, falto de la magia del «Aire», la belleza de «Paraíso Expréss» y la extravagancia de «Sirope».  Carente de expectativa del qué viene después.

Como documentalista, lo veo como una producción más. Como seguidora de su música, una oportunidad perdida…

En julio de 2016, tuve la oportunidad de ir a su concierto Sirope en Barcelona. El único al que fui durante los seis meses que viví allí. Y por dos horas, nos adentramos en un mundo sencillo y suficiente.

Se sintió lo que se tenía que sentir.

De eso puede que se trate esta reseña, de ver que todos percibimos las obras según nuestra esencia y lo que buscamos dar y nos permitimos recibir.

Para recordarnos el sentir, siempre quedará la música.

Aún cuando no haya a quien amar.

Quedará la música como un despertar… 

El poder sanador de la voz

Ver a Mónica Fuquen de frente es volver a confirmar que la belleza de una persona no radica sólo en su voz o en su muy cultivado interior. Su luz propia trasciende al rostro, a la viveza de sus ojos que capturan sin mucho esfuerzo la atención.

Con los pies descalzos, se sube a su sofá azul cerúleo, toda calmada y hasta con un aire etéreo. No tardamos en comenzar la conversación y descubro que anda contenta, porque ya es abuela.

Mónica habla con un tono firme y a la vez gentil, vestigios modificados de sus tiempos como abogada. En la actualidad, quien fuera artista nominada al Premio Grammy Latino por Mejor Álbum Instrumental 2014 por su álbum Esferas de creación, comparte conmigo un mismo tiempo y espacio para hablar de sanación y el camino de transformación que recorre casi sin esfuerzo. 

“En 2008 tuve muchos cuestionamientos sobre quién yo era y lo que estaba haciendo en este mundo. Iba a un curso a de reiki, a uno de cristales, diferentes cursos para tener un remanso en mi vida”,  relata.

Por años, la vida como defensora en el sistema público y privado en Colombia le había propinado mucho estrés y otros problemas físicos. No fue hasta que una amiga la invitó a una sesión de energía y vibración con un maestro iraní que encontró las fuerzas para alterar el rumbo de su vida.

“Él siempre me cerraba los ojos y yo no los podía cerrar”, dice al recordar cómo el maestro le invitó a encontrar su propio sonido, no mediante un recital de letras sino confiando en la liberación de su propia voz.

“Yo sentía el canto de la libertad. Ese canto de libertad fue tan hermoso que empecé a experimentar armonía en ese momento,” pausa para añadir una nueva dimensión a este momento revelador. “Yo sentí el soplo de Dios en mi garganta”.

Según expone la ahora terapeuta del sonido y organizadora del Festival Luz y Armonía,  “de ahí empecé a cantar todos los días y a dejarme llevar por esos sonidos que me sacaron de la vida profesional. Y, en el 2010, decidí que me iba a dedicar a las terapias alternativas y en especial de sonido”.

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Con su canto, Mónica ayudó a curar a su esposo de un tumor en el páncreas. Los doctores no supieron explicar el cambio en el diagnóstico pero los cantos del alma o soul chanting que Fuquén practica, y en especial la versión de Ave María de Franz Schubert, ya habían logrado cautivar a muchos en el hospital.

“Nunca se supo, el doctor decía esto no lo puedo denominar milagro esto fue lo que sucedió pero lo que usted hace siga haciéndolo. Y él sale adelante de esta situación pensando que su vida era sincrónica y reconocimos que el colectivo tiene una fuerza en la oración”, explica. “Si mi esposo y yo no podemos contener esto tan fuerte pues el que contiene esto es Dios o los seres invisibles que forman parte vital de nuestra vida visible”.

Su esposo estuvo tres meses en el hospital y ella seguía cantándole todos los días.  “Me empezaron a llamarme de habitación en habitación de cántenos el Ave María y yo terminé cantando el Ave María para esa clínica…¡hasta en la misma le canté! Y le prometí a Dios cuando salimos de allí hacer este canto del Ave María a todos los enfermos que me lo pidieran”, dice. Hoy ya ha incorporado el canto carnático para los bebés. “Los milagros sí existen.”

La tallerista de “El sonido de la voz interior” ha lanzado una trilogía de discos musicales profesionales Sonido del Alma, Esferas de Creación y Volver al Amor. Tres álbumes increíbles que exploran con gracia y un toque onírico la energía masculina, la femenina y su última obra, un tributo al balance de ambas en una travesía por el cosmos.

En 2014, su segundo disco Esferas de creación fue nominado al Premio Grammy Latino por Mejor Álbum Instrumental validando que la voz era en sí un instrumento y que para cantar no se necesitaban letras y palabras sino «dejar sonar el alma.»

La colombiana tiene en planes a futuro de organizar una nueva edición de Festival de Luz y Armonía, dedicado a la música consciente, en Bogotá para transmitir a las personas que pueden usar su voz para sanar heridas emocionales y enfermedades físicas y mentales. Sin embargo, ahora está enfocada en su nuevo rol como abuela y conociendo cómo ayudar con su canto a bebés y mamás.

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Descubrir el poder de la voz la ha llevado a educarse en múltiples países y con grandes iluminarias sobre las cuerdas vocales, que son un instrumento musical más, para aprender más de ella misma y ayudar, a su vez, a sus pacientes. Ha tomado la iniciativa de educarse por encontrar que el canto propio de cada cual es un idioma significante, no necesariamente simbólico.

«Este canto lo que genera son sonidos, bases que hacen que todo tu ser y todo tu sistema celular genere armonía y esa armonía es lo que nosotros, los latinos y en el mundo entero llamamos sanación, por eso se llama soul chanting o cantos del alma.»

La vida de Mónica se ha transformado “totalmente” desde su empoderamiento hasta el trato de hacia su pareja, hijos y círculos de influencia, un efecto multiplicador con el potencial de cambiar a millones de personas.

Al conocer el canto propio y emprender activamente el “soul chanting”, Mónica concluye invitándome a su consultorio impresionante y presentándome un conglomerado de campanas, cuencos e instrumentos.

Como ser de luz, la artista invita a todas las personas a conocer “estos sonidos que hacen que todo tu ser celular genere armonía y eso es lo que nosotros los latinos llamamos sanación”.

(Fotos y vídeo por Nelson Restrepo)

 

Residente en la búsqueda de sus raíces

Por Jorge J. Muñiz Ortiz | Invitado especial

Ya sea por herencia española, los puertorriqueños utilizamos muchas frases en nuestro lenguaje coloquial.

Una de esas frases que comúnmente usamos es «se fue lejos», al referirnos a algo brutal o único que hemos escuchado en alguna pieza musical, ya sea por su letra como por el ritmo que lleva el tema, o por algún evento excéntrico que atestiguamos.

Y eso mismo fue lo que hizo el rapero puertorriqueño Residente de manera literal en ambos planos y que plasmó y dirigió en su documental «Residente», que recientemente lanzó en Netflix, y cuyo trabajo rubricó en su primer disco como solista del mismo nombre.

La idea del documental provino cuando hace más de cinco años, René Pérez -nombre verdadero del artista- se hizo una prueba de ADN para identificar sus raíces ancestrales.

Los resultados llevaron a Residente a realizar un viaje por cuatro continentes en el que conectó con sus antecesores a través de la música, un recorrido narrado al milímetro en su más reciente propuesta.

El documental, que fue grabado durante dos años, lleva al protagonista a distintas regiones de Siberia, el Cáucaso, China, África Occidental, España, Inglaterra y Puerto Rico, dentro de una aventura global que sigue los pasos de sus antepasados.

«Todos los destinos me impactaron poderosamente de una forma u otra», comentó Residente previo a lanzar el proyecto genético-musical-histórico-cultural, como lo he descrito.

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La película, en la que Residente es su narrador, arranca con una reflexión introspectivadel artista que revela cómo pasó de ser un estudiante de arte con problemas de atención a convertirse en el fundador del grupo más influyente de Latinoamérica, Calle 13, que dejó a un lado para este proyecto en solitario.

Según cuenta en el documental, el artista ganador de 27 Grammy Latinos comenzó su travesía «en la región más fría», Kyzyl, en el sur de Siberia (Rusia). De esta localidad ostenta el 6 % de su sangre, de acuerdo con el resultado de sus pruebas genéticas.

Residente prosiguió su travesía al Cáucaso, donde el artista se inspiró para escribir «Guerra» por los conflictos en dicha región e incluyó varios tambores regionales, así como el panduri (guitarra) de Georgia.

Tras su paso por el Cáucaso, el artista boricua se movilizó a China, donde nació la canción «Apocalíptico».

En China, de donde proviene el 6 % de su sangre, Residente rompió los esquemas musicales de la Ópera de Pekín para la grabación del tema. Además, para esta canción agregó dos órganos, uno en el Temple Church de Londres y el otro, en el Palau de la Música en Barcelona para darle un toque apocalíptico a lo que podría ser el futuro del mundo.

Y de China, pasó, como según resalta en el documental «al principio de la evolución humana, el continente más saqueado de Europa, África», de donde proviene el 10 % de su sangre.

Su paseo por el continente africano arrancó en Burkina Faso, al noroeste, tierra oriunda de Thomas Sankara, un militar conocido como el «Che Guevara africano», quien creía en la revolución armada contra el imperialismo y el capitalismo, y así Residente inspirarse en escribir «La sombra».

Luego de Burkina Faso, Residente prosiguió su camino a los otros países africanos Nigeria y Ghana, donde en este último el cantante compuso «Milo», nombre de su hijo y a quien le dedica el tema, el cual según contó se inspiró de un sueño que tuvo.

La travesía de Residente culminó donde inició su vida: Puerto Rico. Aquí escribió «Hijos del cañaveral», que incluye los coros de su hermana, «iLe» (Ileana Cabra), así como las participaciones de los músicos puertorriqueños Luis Sanz (cuatrista), Anthony Carrillo (bongó) y Daniel Díaz (tripandero).

De la isla caribeña se inspiró en la historia política, desde el proceso colonizador, pasando por la etapa estadounidense y luego destacó las luchas de los independentistas, entre ellas, la Masacre de Ponce, la «Revuelta de Jayuya» y el ataque nacionalista al Congreso en Washington D.C., el 1 de marzo de 1954.

Este documental, tan meticuloso y rebuscado por Residente, le abre el pensamiento a cualquier persona sobre lo grande que es el Planeta Tierra y la abundancia de culturas e historias que cada uno de los habitantes de este mundo ostenta.

Sobre nuestro colaborador

Jorge J. Muñiz Ortiz es periodista puertorriqueño con más de una década de experiencia trabajando temas culturales, políticos y deportivos en Puerto Rico.

 

(Crédito de fotos de portada y nota: Netflix)