Si vivimos en un mundo más globalizado que nunca, ¿por qué hay cada vez más murallas?
Esa fue una de las preguntas del público en la conferencia El arte de la inclusión que dictaron los artistas Gregor Hildebrandt (Alemania) y Manuel Rocha Iturbide (México) en la 16 edición de Zonamaco.
«La idea de la creación de un muro es más fuerte que el muro en sí mismo», dijo Hildebrandt.
En tiempos en que la cobertura mediática en Estados Unidos demoniza la promesa del presidente Donald Trump de «construir un muro» en la frontera con México, esta conversación profundizó en la manifestación de las ideas: cuán aceptadas o ridicularizadas son en la palabra y cuánto miedo o envidia existe de verlas materializadas.
Y aquí no me refiero a que el acto de crear un muro sea algo bueno o malo.
Al contrario, considero más productivo plantearnos qué existe detrás de estas interpretaciones:
Un muro divide los unos a los otros.
Un muro nos protege o nos ofende.
Un muro entre países es insólito.
Un muro entre casas o vecindarios es «necesario».
Un muro no disuade a quienes quieren hacer daño.
Un muro nos da la razón para hacer daño a quien sin permiso lo traspasó.
Un muro es una barrera entre tú y yo.
Un muro nos define y nos hace sentir en «control».
En consecuencia a estas frases, aquí te lanzo una serie de preguntas para reflexión:
¿Por qué criticamos unos muros y otros no?
¿Por qué nos ofende que un Otro quiera construir un muro?
¿Qué motiva a ese Otro a construirlo?
¿Por qué queremos disuadirlo de esa idea?
¿Por qué nos molesta si ese Otro nos dice qué es lo que tenemos que hacer con su terreno o con su vida?
¿Por qué nos sentimos con el poder de decirle al Otro lo que tiene o no tiene que hacer con su terreno o con su vida?
Hildebrandt explicó que los muros son ideas de líderes que quieren dejar un legado. «Un muro es un legado» que parte del concepto de «buenas vallas crean buenos amigos».
Sin embargo, hay mucha literatura que abunda el trauma psicológico que crean los muros en las sociedades: el muro de Berlín, el muro fronterizo entre Israel y Palestina, el muro en Irlanda del Norte, el muro entre México y EE.UU.
Con el tiempo, los muros nos pueden….
- Hacer sentir prisioneros más que protegidos,
- Limitar nuestro potencial o capacidad de conexión,
- Fortalecer nuestro poder e identidad a la vez que deshumanizamos o demonizamos a ese Otro
- Hacer construir una familia, comunidad más unida o más divisiva.
Este tema es complejo porque está sujeto a la interpretación. Quién avala la construcción puede tener razones válidas y quien se opone, también.
Lo interesante a este punto es considerar ¿quién se siente con la moral de juzgar?
Desde la caída del muro de Berlín en 1989, más de 90 muros alrededor del mundo se han construido.
Esta cifra no significa que los muros funcionen. Podremos interpretarlos como algo positivo o algo negativo.
Los medios de comunicación masivos y de izquierda, bajo el «progresismo», los repudian. No buscan hacernos entender la génesis de estas ideas, más bien tachan por completo su concepción o la «necesidad» y sólo se enfocan en los intereses económicos que traerán estos proyectos. Realzan el drama humanitario y el sufrimiento, crean narrativas que victimizan y no concilian.
En la conferencia, Iturbide planteó cómo los muros son espejos de la desintegración de la sociedad, no son la causa de la división sino un síntoma. Como artista que reinventa espacios públicos con su arte, presentó como ejemplo la Ruta de la Amistad, un corredor de 22 obras que se crearon para las Olimpiadas en Ciudad de México en 1968, y que generó tensiones con las autoridades mexicanas. ¿Por qué? «Porque sintieron que los artistas estaban atacando las narrativas oficiales de la Ciudad», explicó.
El artista mexicano enfatizó en el poder de las comunidades de reclamar espacios públicos y construir juntos algo: aún sea un muro.
Porque es en tomar decisiones, en apropiarse del cambio social y en abrirse a evolucionar que rompemos con los discursos, mejor dicho, los adoctrinamientos que precondicionan nuestros comportamientos, cómo debemos sentir, actuar o pensar sobre lo que sucede a nuestro alrededor.
Sólo actuando, construyendo, intercambiando podemos crecer, podemos liberarnos.
Y probablemente percibas un muro como una afrenta, un concepto malvado pero tal y como explicaron ambos artistas: hay que preguntarnos de dónde viene esa percepción.
Porque para algunas personas, los muros son ejemplos de libertad de expresión. Para otras son simplemente «barreras prácticas». Para otras son «necesarias», «buenas fuentes de inversión», y para otras «inútiles» y «una gastadera de plata».
Mi invitación aquí no es que tomes posturas sino que te permitas explorar ¿qué influenció tu patrón mental?
Al final de la charla, Iturbide dijo algo que me dejó pensando mucho y fue:
«¿Qué y quién necesita ser recordado? Y…¿por quién?»
Una pregunta que hacía referencia a los monumentos públicos (los muros también pueden ser vistos así) pero que, además, levanta toda una serie de curiosidades.
- Qué mensajes nos definen
- Por qué mensajes, actos, eventos queremos ser recordados
- Quiénes deben recordarnos, saber que existimos, por qué
- Cómo queremos ser vistos por Otros, buenos o malos, amorosos o divisivos
¿Qué tan libres somos realmente?
Hay tanta discusión sobre los muros físicos y tan poca sobre los muros mentales… ¿realmente, estamos viendo más allá? O… ¿estamos convencidos al 100 de que nuestro pequeño terreno, nuestro cerrado mundo de entendimiento, es el correcto y peleamos contra todo lo que intente derrumbarlo?
Más preguntas que respuestas… ya sé.
Hasta una próxima ocasión,
Natalia