Tienes el poder de elegir tus maestros


Hay un placer que evoca ser estudiante, sentir que estás aprendiendo…que creces. Sin embargo, con ciertos procesos olvidamos que así de importante puede ser el maestro o la maestra como el tiempo que decidimos pasar con él o ella.

Muchas veces postergamos los cortes por la sensación de familiaridad, el entendimiento del lenguaje, el comfort de saber qué esperar y qué dar. Voluntariamente, creamos una relación de dependencia con esa persona a la que vemos como fuente de conocimiento o quien te hace las preguntas correctas, te aclara la visión, te representa como espejo.

Hoy no quiero entrar en la dinámica de maestro y estudiante que amantes de la psicología podrán encontrar decenas de teorías para explicar.

Sólo quiero invitarte a reflexionar bajo qué circunstancia estableciste lazos con maestros espirituales (familiares y de pareja, etc) y por qué los cultivas.

¿Qué ganan de ti? ¿Qué ganas de ellos?

  1. Estamos rodeados de maestr@s. Cada persona tiene algo que enseñarte. Sin cundir en la paranoia que puede generar esta aseveración y el pensamiento tan descabellado de que, «lo que veo en otros está en mí, lo que me disgusta y me separa de otros es lo que reprimo en mí», la buena noticia es que tú decides a quién escuchar y cómo deseas aprender.  
  2. Cuando te abras a compartir con tus maestros en un curso o en la vida «real», ten en cuenta que ellos compartirán su conocimiento contigo pero proyectarán en ti sus caminos y (¿por qué sí o por qué no?) inseguridades. Que eso no está bien ni mal, sólo que reconozcamos cuándo nos hablan a nosotros de nosotros y cuándo se reafirman en sus lecciones ellos mismos.
  3. Al iniciar una práctica o proceso nos sentimos muy alegres, aliviados, inseguros, retados. Pensamos en la mejora, los sacrificios, las horas, el resultado. Olvidamos que, si las lecciones no tienen un tiempo establecido (no son cursos formales sino platicas al azar), en algún momento ya habremos superado la lección. Bajo la excusa de que «nunca terminaremos de sanar ni de aprender» porque el universo tiene tantos misterios que se salen de nuestra comprensión, permanecemos en esta relación con maestros porque conocemos su fórmula, aprendimos su lenguaje, nos sentimos en confianza para cuestionar. Es en esa circunstancia que, las líneas del respeto humano se pierden y empezamos a admirarlos, alabarlos y endiosarlos perdiendo de vista que son seres igual que nosotros (con egos trepados algunos).  Mi invitación es a que te plantees si en este proceso actual necesitas un@ nuev@ maestr@ para evolucionar. 

Esta es una reflexión que me llegó hoy luego de un encuentro con una maestra de vida en Miami. Comprendí, en nuestra última plática, que dábamos las mismas vueltas de siempre sobre un asunto de otra dimensión que quizás más adelante les contaré.

No sé si se ven reflejados o han encontrado fórmulas para manejar mejor su despertar, pero si las han encontrado agradezco sus recomendaciones.

Hay días en que cansa ver todo como un aprendizaje, pensar que cada interacción es un reflejo de cosas que no hemos trabajado dentro. Hay días que sinceramente (y les invito a hacerlo si les agobia igual) me desconecto del mundo espiritual porque activar la mirada crítica del testigo experimentando el cuerpo es un tremendo problema en la práctica, en lo material.

La misma desconexión incluye alejarme de la cantidad de información que otros maestros, entrepreneurs, coaches y ascendidos comparten en las redes sociales con el fin de «educarnos», «empoderarnos». O, más bien «recordarnos» lo jodidos que estamos si algún día decidimos no prestarle atención a las labores del «despertar y la conciencia» y más si ese día es hoy, por lo del eclipse solar, la luna nueva y otras vainas más. No caigamos en las presiones de ese márketing de contenidos, por favor.

Cada día que pasa me convenzo más en que la vida es más sencilla de lo que pensamos. Que todas estas ideologías, religiones y filosofías buscan complicarla más para encontrarle razones a por qué los seres humanos no podemos relacionarnos en paz. Mejor dicho, por qué no sabemos coexistir.

Quizás no sabemos o no somos capaces porque nuestras energías se enfocan tanto en aprender y no en vivir. (Porque pareciera que vivir es de «salvajes» o espíritus libres amantes de la anarquía. Ya sé, más casillas, más casillas).

De camino a casa, platiqué con un artista argentino que me recordó los cambios revolucionarios. Mientras intercambiábamos historias de viajes, él me dijo en una instancia «tranquila, la vida pasa».

Así. Sin más. Sin interpretaciones de las posibles lecciones de cada viaje. Sin recomendaciones de a dónde ir después. Sin frases bonitas.

Me quedé con la incógnita de si, en el camino al despertar, hemos dejado de vivir la vida sólo por estudiarla. 

Nos hablaron tanto de que siguiéramos nuestro propósito en la vida que perdimos de vista algo tan sencillo como respirar.

Por eso culmino este post invitándoles a que disfrutemos de las cosas simples y nos atrevamos a lo extraordinario: Si no todos los días, de vez en cuando y de mil en vez…seamos.

A ver si algo pasa, a ver si no pasa nada.

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