Y nos hicieron creer que teníamos que elegir una cosa sobre otra. Que debíamos escoger entre la luz y la sombra, lo masculino y lo femenino, como si fueran entes dispares que no podían permanecer en un mismo tiempo, espacio o lugar.
Nos dijeron tantas cosas sobre nuestra naturaleza para encasillarnos en una norma, para homogeneizar identidades, para no alterar percepciones y mantener una especie de control social.
Nos confundieron y crearon líos en nuestras interacciones. Nos asustaron y reprimieron por no seguir instrucciones.
Nos amaron más por quién decíamos que éramos que por nuestra esencia.
Y luego un día, descubrimos que luz y sombra hacen parte de nuestro ser y hacemos paces con la dualidad. Buscamos entenderla, abrazarla y vivirla sin que nos ahoguen o preocupen los resultados.
Pero fuimos unos pocos los que levantamos la voz de alerta. Los que temíamos abrazar la sombra por miedo a cundirnos en ella. Los que temimos elegir aceptarla porque habíamos vivido tantos infiernos que ya no queríamos nada que nos recordara regresar.
Temimos a sabiendas de que la sombra es muy poderosa y que sucumbir a la oscuridad podía ser más potente que seguir en la luz.
Justo en ese momento de duda se acercó una diosa que susurró en nuestros oídos la más sencilla y pura verdad. Que nos atreviéramos a vivir ambas. Que no temiéramos a la sombra porque la luz iba a ser más pura e irradiaba más energía que la más temible oscuridad.
En ese mensaje vimos el principio del todo y empezamos un nuevo andar.
-N.
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