Solían decirme que la gratitud no se ejerce un día al año sino cada uno de ellos…tenían razón.
A los cambios podemos huirles un tiempo. Hacer como que no nos pertenecen, mantenernos en la zona de comfort, actuar como si nada. Pero si no tomamos acción, la vida tiene formas de presionarnos, empujarnos hacia el barranco hasta que no tengamos más remedio que emprender el vuelo si es que no nos queremos estrellar de bruces contra el suelo.
Creo que mudar piel asusta porque podemos perder el sentido de quiénes somos si es que dejamos de ser quién éramos. Eso, partiendo de la premisa de que sabíamos claramente cómo definirnos. Inclusive, puede que nos preocupe más volver a construir una identidad y elegir dentro de las infinitas posibilidades quiénes ser ahora y si nos gustará ese perfil.
He identificado tres formas en que la vida me ha dicho tienes que cambiar:
1) cuando un área de mi vida me atormenta hasta ser mi único tema de conversación,
2) cuando veo que un camino o relación se acaba y,
3) cuando ya no me siento cómoda con la ropa que llevo puesta.
Sí, por más superficial que suene esa última confesión para mí es la más sorprendente. Porque con el ajetreo de los problemas existenciales uno no piensa en que la vestimenta dictará cómo nos sentimos. Sabemos su poder en cómo nos percibirán otros, es decir, nos vestimos diferente cuando vamos al trabajo que cuando vamos al supermercado. No porque queremos modelar nuevos estilos sino por las expectativas que tienen ciertos círculos y espacios. Sin embargo, fuera de atuendos formales para ceremonias o conciertos, ¿cómo nos hace sentir nuestra ropa casual?
En este año, mi “vida” ha sido empacada en dos maletas, una mediana y otra pequeña. Tengo muy pocas mudas de ropa ya que los libros, portafolios de proyectos y portátil pesan demasiado y tenía que elegir si vestir super bien o mantener mis materiales de trabajo.
Hace poco descubrí que al vestirme me disfrazaba de quién era antes y que, si quería dejar atrás esos demonios y pesares con los que luché, debía enfrentar el cambio completo.
A veces nos aferramos a las cosas (y a algunas personas) por la carga simbólica que les propinamos, no realmente porque cumplan con una función. Y no me refiero a que dejar ir implique botar a la basura sino también donar, regalar, vender. Traspasar, el génesis del intercambio.
En las tiendas de cuarzos siempre nos dicen que escojamos la piedra que más nos llame la atención y ya después busquemos su significado. Que una vez ella cumpla su propósito con nosotros, probablemente la olvidemos o se nos pierda.
Aprendamos a reconocer la diferencia entre el abandono (por miedos ocultos o negligencia) y dejar ir cuando ya es tiempo.
Las señales están siempre. Busquemos formas sanas de celebrar los recuerdos, losmomentos extraordinarios, los seres queridos que se fueron, los amores que dejaron de serlo, agradezcamos su paso en nuestra historia. Cuidemos de no aferrarnos a ellos. Al igual que las estaciones, las personas cambian. En un mundo ideal quisiéramos que las emociones y promesas duraran para siempre, pero en la eternidad no se encuentra la belleza.
La belleza se encuentra en vivir lo que hay sabiendo que en un instante todo puede irse a la mier**. Se aprecian más los momentos así. Se aprecia más la vida de uno así. Hasta la misma naturaleza es impredecible.
Demos gracias por lo que fue y más importante, demos gracias por lo que hay. Aún si lo que hay parece insuficiente.
Cierro este post invitándolos a abrazar lo incierto. Está bien no tener todas las respuestas sobre cómo nos sentimos o hacia dónde va nuestra vida. Está bien reconocerlo y seguir, si es que funciona, viviendo el día a día hasta que tengamos convicción sobre las decisiones, los rumbos, los sueños y deseos. Las respuestas llegarán.
A ustedes, nuevamente gracias por seguir el blog y apoyar los múltiples inventos. Les mando mucha luz en sus procesos de agradecimiento (tanto si lo practican hoy como a diario) y brindo por todos nosotros, por todo lo que quisimos que no fue, por esas bendiciones ocultas que aún no podemos ver, por los tropiezos que hemos sufrido. Brindo por la persona en la que nos hemos convertido, la que podemos elegir mejorar y también rindo homenaje a todas esas cicatrices que todavía quedan por curar.
Mejores tiempos vendrán.
-Natalia