La suma de tus viajes y la magia del cero


En la Ciudad Mitad del Mundo no sientes que literalmente estás en la línea equinoccial ni en la Latitud 0,0′,0» a no ser de que alguien te lo diga, que los pasquines te lo recuerden o que el guía te lo repita una y otra vez. Al llegar al tope de la colina para entrar al complejo turístico, una sorpresa te invade. Quizás te falta un poco el aire por la altitud pero la vista más hermosa rodea la atracción. Estás entre montañas inmensas,  el ruido del pueblo y los coches desvanece con cada paso y sólo escuchas al aire susurrarte suavemente al oído.

Te preguntas, ¿qué vine a hacer aquí? ¿Por qué este lugar es significativo para mi ruta de viajes?

4D7D23A0-CCC9-44E4-8CA5-6A65E113E0A8.jpegLas respuestas a estas incógnitas no me llegaron de inmediato. Tuve que pasar tiempo en el lugar, sentarme en el suelo, observar. En mi primera visita a Ecuador, vine a la atracción en uno de mis dos días libres antes de realizar unas entrevistas y no imaginé que me llevaría una impresión tan grande.

Verás, mientras más me acercaba al monumento -construido en 1979- más me planteaba a dónde había ido y por qué no empecé mi ruta por el mundo aquí. La calma del espacio  era invasiva aún cuando de vez en cuando un grupo de turistas te sacaba de concentración con sus gritos.

¿Concentrarme en qué? En los viajes que hice, qué dejaron en mí, cómo cambiaron mi forma de ver cada cultura y país, cómo antes escogía cualquier motivo para viajar y ahora me tomo mi tiempo para planificar. Porque no se disfruta al máximo cuando se viaja para escapar. Se disfruta al máximo cuando viajamos para vivir, crecer, compartir, evolucionar.

Recorrí los cuatro puntos cardinales y caminé por la simbólica línea equinoccial (que en verdad es una franja de 5 kilómetros de ancho). Sonreí por lo trillado de las fotos y por la edificación de un sitio emblemático y tan sencillo como este.

Sin embargo, entre múltiples museos, cafeterías y estatuas de colibríes lo más que me llevé de esta experiencia fue reflexionar en la suma de mis viajes. ¿Cuánto aprendí de ellos? ¿Quién fui en cada uno? ¿Qué cambiaría si me tocara volver a las ciudades que una vez pisé? ¿Qué no me atreví a hacer por miedo o por no llamar la atención como periodista o viajera mujer?

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Pero más importante aún, me quedé con la sensación de no tomar los próximos viajes a la ligera. Que planificar está bien pero querer verlo todo en una misma semana sólo te pone más presiones de las que necesitas. Que es mejor dejar la vida pasar y fluir con ella. Ser parte de la historia de otras personas sin importar cuán breve sea el encuentro. Apreciar los intercambios cotidianos, el “buenos días”, el “disculpe dónde queda”, el “no se preocupe”, el “gracias por todo” mirando y diciendo también con los ojos.

Aceptar que fuimos un momento para alguien, comprender que ellos fueron un momento para nosotros y aprender la diferencia entre qué memorias atesorar y cuáles dejar ir.

Que la vida es muy bonita como para despreciarla porque no es como nosotros 1AB983CA-39F1-4A58-A610-AEEA8FC65756 (1)quisiéramos. Que tomársela muy en serio no lleva a nada bueno y que controlar todo lo que ocurre a nuestro alrededor, no nos hace más responsables. Nos hace menos abiertos al vaivén de la vida.

Todos somos pasajeros en ella, nuestro cuerpo algún día dejará de ser el vehículo compinche de nuestras aventuras. Y reconocer esa inevitable realidad está bien. Lo importante será estar felices con el modo en que preferimos vivirla porque cada elección tiene un precio.

Elijamos bien y cuando no, recordemos que mientras haya vida siempre podemos empezar de cero.

Siempre podemos elegir vivir de nuevo.

 

(Fotos por Natalia Bonilla, Quito 2017)

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