Un año después de la primera movilización contra la violencia de género y los feminicidios en México, la protesta adquirió hoy una nueva dimensión.
Apunte de viaje por Natalia Bonilla
Ciudad de México – Sin el apoyo de otros grupos colectivos con sus propias agendas –reflejando la interseccionalidad del feminismo y las demandas de otras minorías que buscaban pauta-, cientos de mujeres acudieron con sus hijas y bebés a una marcha que fue dirigida y rodeada por cientos de efectivos de la fuerza de choque.
Hacía par de días hablaba con un amigo argentino sobre las libertades que gozaban las mujeres argentinas para realizar las protestas de Ni una menos y las contrastaba con la realidad de una mujer (sus derechos reconocidos y cómo era percibida según su etnia, educación y lugar de origen) en México y Centroamérica. No es lo mismo ser mujer en Argentina que en Perú que en Guatemala.
Hay tierras donde el Estado y la sociedad te enseñan y te recuerdan que, como mujer, no vales nada. Aunque vengas del norte, de países desarrollados o tengas un alto nivel adquisitivo.
Hay tierras donde tú, como ser humano, no cuentas. Donde tu cuerpo es sólo un objeto y si empiezas a exigir derechos o pedir ayuda, te vuelven a abusar, te desaparecen o te matan. Mejor dicho, ya no te matan. Te disuelven con ácido o te trituran en cantitos.
El problema no es contar las historias horripilantes, documentar los miles de casos de abusos y torturas por parte de las autoridades, bandas criminales o miembros de la sociedad civil. El problema es la sensación de que nuestras voces no cuentan. Que no hay salida.
La economía política de seguridad nos ha amedrentado a tal punto que no hayamos en quien confiar para que los crímenes no queden impunes porque los sistemas de justicia ordinarios fallan a las poblaciones más vulnerables y, ¿adivinen qué? Las mujeres somos las principales víctimas. Somos vulnerabilizadas, criminalizadas y hasta borradas por la estructura patriarcal, en mayor o menor medida según el grado de educación y desarrollo que tenga cada país. Es fácil voltear el rostro e ignorar esta triste realidad. Pensar que eso sucede en otros países y no en el nuestro, que estas violencias son producto de relaciones sociales que rayan en el salvajismo.
Puede que ocupar espacios públicos sea una tontería y que las protestas arruinen tus planes de cena en algún restaurante bonito de la ciudad. Puede que arruinen tu cita o tu deseo de pasar una tarde tranquila sin mucho bullicio. Sin embargo, hay algo que agradecerle a estas protestas y es que nos ponen a pensar. En quiénes somos, cómo nos ven y nos tratan, qué permitimos o no y cuál es nuestro lugar en el mundo. Puede que no tengas respuestas al momento o no te gusten las ideas que te surjan pero el problema seguirá ahí.
El problema es más que una molestia de unas cuantas mujeres revolucionarias, es ya un conflicto estructural, directo y global que atenta contra las vidas de la mitad de las 7.000 millones de personas que habitan este Planeta.
Durante mi paso por la Universidad tomé un curso de Sistematización de la Violencia Extrema y he encontrado muchos paralelos en lo que se vive en la actualidad y, claramente dado a mi trabajo, con enfoque en Latinoamérica. Si lo extrapolamos a la violencia de género, sólo vemos una política milenaria de opresión que ha sido normalizada y, en recientes tiempos, capitalizada para favorecer los intereses del mayor postor. Poco se cuestiona de cómo ha fallado el sistema hetero-normativo en favorecer al macro de la población y se cree que lo malo ocurre «siempre» en otra parte, que las víctimas lo son por «algo», y que el sufrimiento de colectivos es entendible si se parte de su condición de «inferior».
La marcha de hoy quiso llamar la atención del Estado y la sociedad civil para parar los feminicidios. Los asistentes no se acercaban ni en un 20 % a la convocatoria del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Decenas de mujeres, lideradas por un bloque lésbico, llevaron a cabo la protesta gritando Ni una menos. No obstante, a pesar de no contar con el apoyo de muchas minorías fue una expresión más directa y contundente que en otras ocasiones.
Quizás la merma se debió a ser lunes, por la hora, porque no tuvo tanta propaganda internacional y seguramente, larga será la lista de factores.
El grito de hoy fue sencillo y claro: «vivas se las llevaron, vivas las queremos». A riesgo de ser arrestadas y fichadas por las autoridades, mostrando sus senos y rostros pintados, no se amedrentaron ante su soledad a sabiendas que la solidaridad era más grande. Que sus vidas en la línea de fuego sólo avanzaban la causa para que las actuales generaciones de mujeres, distantes e indiferentes, pudieran gozar y reclamar sus derechos.
Y últimamente, para que las niñas pequeñas de más de 2 años cargando y mordiendo carteles crecieran en un ambiente «desprincesado» con igualdad de voz y oportunidades.
El fenómeno Ni una menos sigue creciendo y cociendo a estrategia a ritmo lento pero alentador.
(Fotos tomadas por Natalia Bonilla)