Se convirtió en la palabra más popular de 2016, explicando fenómenos como los resultados del Brexit, las elecciones presidenciales de EE.UU. y sí, el plebiscito por la paz en Colombia. A pleno inicio de la implementación de los acuerdos de paz, ¿cómo los medios de comunicación -locales y extranjeros- pueden recuperar el terreno quitado de la credibilidad?
Análisis por Natalia Bonilla | Twitter @nataliabonilla
El pasado miércoles, el periodista colombiano Álvaro Sierra ofreció un seminario web con el apoyo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Sierra presentó seis ángulos para ayudar a los periodistas a cubrir esta transición de guerra a paz y fue enfático en una necesidad de cambio en la cobertura. “Como en la era de Trump, en Colombia estamos en tiempos de la posverdad”, dijo. Según el veterano reportero, la actualidad y el uso masivo de las redes sociales ha impulsado a los medios de comunicación tradicionales a desmentir o señalar cuál es la verdad, reaccionando a cada escándalo en vez de seguir un plan editorial.
Coincido con el planteamiento de Sierra en relación a que el resultado del plebiscito por la paz delató que algo estaba mal en la cobertura periodística. Pero me atrevo a ir más allá, porque en aras de reportar sobre ideales que colectivamente consideramos “honestos”, como puede ser el término “paz”, la prensa cayó en el espiral de la propaganda y fue vocera de narrativas institucionales e intereses corporativos que no hacían justicia al pueblo, que no lo reflejaban pero que, interesantemente, proyectaban que sí (¿corriente populista?).
Si describimos la labor de la prensa colombiana, veríamos que gran parte de lo que se publicó antes-durante-después del plebiscito era opinión. De políticos, líderes sociales, activistas, académicos de diversas facciones y creencias. Y aunque presentar una pluralidad de voces y posturas sobre el referendo era un esfuerzo notorio, la falta de un balance entre la opinión y la información sólo contribuyó a la polarización en torno a los acuerdos. Si comparamos esa mirada con la de los medios extranjeros, notaríamos otra dinámica. Hubo más información, sí, pero aquella que promovía la postura institucional del Gobierno de Colombia y los Estados que apoyaban -política y financieramente- el proceso de paz. Es decir, la prensa internacional reprodujo un imaginario de paz, que no resonaba con el controvertido nacional, por posibles razones tales como:
- Era la noticia del momento porque así la vendieron: el «pitch» atractivo leía que la paz había llegado por fin a un país atormentado por más de 50 años de conflicto armado (ignorando que la violencia no va a acabar con el acuerdo con las FARC, ya que existen otros actores armados como el ELN, paramilitares, Bacrim, entre otros). A esa frase se le suma otro asterisco, el momento de la paz es ahora o nunca (y la sociedad colombiana merece ya la paz)
- Apoyar un intento loable de la Administración de Juan Manuel Santos por sentarse a negociar: reproducir sus discursos y recaer en el periodismo de declaraciones durante períodos cruciales como las negociaciones de paz con las FARC en La Habana y los siguientes eventos de celebración (disminuyendo o silenciando por completo a la oposición interna -de índole uribista y otras facciones-)
- La inestabilidad en otras partes del mundo: Contrarrestar los problemas en el Medio Oriente, Siria, la crisis de refugiados, el ambiente volátil en Venezuela con un tema positivo de gestión como la búsqueda de la paz y entrega de fusiles de la guerrilla más antigua de Latinoamérica
Puede que existan otras explicaciones. Lo que me consta es que, el pasado 28 de septiembre cuando llegué a Medellín para realizar una cobertura sobre el plebiscito por la paz pude constatar la falacia. Desde afuera, como periodista extranjera que leía diarios españoles, estadounidenses y colombianos, entre otros, venía con la perspectiva de que la paz iba a ganar. Ese fue el sueño que se vendió afuera. Hablando con la gente en la calle, en Medellín y en Bogotá, confirmé desde antes del domingo 2 de octubre que muchos no creían en el proceso. No creían que la paz, o la paz de Santos, iba a llegar. No creían a las FARC capaces de entregar sus fusiles. No querían ver a los combatientes integrarse, querían que pagaran cárcel y estaban reacios a los acuerdos. Hubo quienes fueron directamente afectados por el conflicto, sufrieron en carne propia las secuelas de la violencia o tenían familiares que sí, que me dijeron que apoyaban el acuerdo porque se iban a beneficiar de él. No necesariamente porque las FARC dejaran de matar o luchar. Sino porque veían ganancia moral, emocional, financiera.
¿Por qué no leímos u oímos desde afuera esas voces? ¿Por qué fue difícil aceptar (para los ciudadanos pero en específico, para los medios de comunicación) que el “No” ganó la consulta? ¿Por qué costó creer que un 62,5 % de los votantes registrados se abstuvo de participar en el proceso? ¿Por qué llovieron las críticas a Santos por convocar a un plebiscito cuando no tenía obligación de hacerlo? “En Colombia no nos podemos seguir matando”, me dijo un colega periodista en aquel entonces. Hay sed de paz, hay sed de reportar historias positivas, de acabar con la violencia. Sí. La hay. En Colombia y en otros países del mundo. Sin embargo, si como directores, editores o periodistas reproducimos un ideal -colectivo o individual y que tiene muchas variantes tal y como es el término “paz”- porque es lo que, según nosotros, creemos que una sociedad necesita ahora, ¿estamos siendo honestos con la realidad? ¿Presentamos hechos que afirmen esa convicción de preferencia y descartamos los que no para persuadir a los demás a creernos? O peor aún, ¿no buscamos fuentes adversas para que no perforen agujeros en la tela de opinión pública que tejemos?
Si actuamos así en 2016 era de esperarse que se debilitara la credibilidad de la prensa como cuarto poder. ¿En qué punto dejamos de informar la verdad para deformarla a nuestra conveniencia?
Según Sierra, Colombia está a punto de entrar en una “transformación profunda” y el tratamiento periodístico debe mejorar. El reportero abogó por un periodismo “ni santista ni uribista” y trajo a colación una preocupación en torno a la cercanía al poder de varios medios de comunicación, que puede representar problemas en la llamada era de la posverdad. En un intento por vaticinar resultados y reaccionar ante los escándalos (apagar fuegos), los medios de comunicación colombianos y extranjeros fallamos en no tener un plan de cobertura consistente y cuyo ángulo no fuera la guerra, el discurso buenos contra malos, sino la paz, ofrecer espacio a todas las voces posibles.
Los medios de comunicación tienen un reto ahora con la cobertura de la desmovilización de las FARC y las recientes negociaciones de paz con el ELN y es “el tránsito del enemigo al adversario es uno colectivo, del imaginario de la sociedad”. Aquí cito para reforzar este planteamiento al académico Miguel Vázquez Liñán quien en su escrito “Guerra, propaganda y periodismo para la paz”, destacaba que “nuestra percepción de lo que ocurre en el mundo es esencialmente mediática, y los medios se convierten en productores de imaginarios”.
Hay quienes aseguran que estamos en tiempos donde la verdad o los hechos objetivos no importan tanto como las emociones y creencias personales sobre lo que es correcto. Hay otros que definen este período como uno de fragmentación de audiencias, en la que los ciudadanos presuntamente pierden interés por la verdad y sólo buscan sentir o simpatizar con medios o personajes que avalen sus posturas. Hay optimistas que creen que estas dudas se resuelven con una regulación de las redes sociales y el Internet, campañas de alfabetización mediática o con un auge en el periodismo de datos para contrastar las opiniones de líderes en el poder. Hay fatalistas que dicen que el periodismo, como ciencia social, ha muerto y que la línea fina entre verdad o mentira causará estragos en EE.UU., Colombia y otros lugares que no pongan un freno a esta práctica de los “fake news”.
No obstante, la posverdad poco a poco se va desplazando a otros campos, siendo la ciencia y el cambio climático una de sus principales víctimas. ¿Por qué? El académico Pablo Boczkowski otorga una respuesta en su ensayo La posverdad: “La ambivalencia y la limitación en la detección de matices ideológicos en redes convergen con una profunda crisis en la autoridad cultural del conocimiento. La confianza en los medios de comunicación como instituciones ha sido baja durante mucho tiempo”.
¿Están la prensa colombiana y la extranjera a tiempo para combatir la posverdad? Sí. Con una cobertura periodística balanceada y sin amiguísimos sobre la implementación de los acuerdos de paz. Es necesario que las plantillas entiendan lo firmado y expliquen claramente su implementación a una sociedad que varía entre hartazgo, desesperanza y esperanza sobre la paz. La diferencia es que el trayecto será arduo ya que quienes tienen poder se han acostumbrado a desmentir y dar su versión de la verdad a audiencias que prefieren el escepticismo a caer víctimas nuevamente de engaños.
La venta de la paz, pendiente de ser uno de ellos.
(Foto de portada tomada de Pinterest: usuario Fernando Silva)