Yo antes formaba parte de la aún gran mayoría que piensa «la lucha feminista no es mi lucha». Un momento de impacto me hizo revaluar el curso de mi vida y profesión.
Veía en las noticias cómo las activistas del movimiento se peleaban entre sí y no concordaban en una misma denuncia. Vacilaban entre los extremos de apoyar la causa «de la boca para afuera» u «odiar» por completo a los hombres y buscar revertir el patriarcado al matriarcado. Quizás me mantuve al margen por muchos años porque veía que las mujeres no eran unísonas en sus demandas (a diferencia de los hombres y su famosa camaradería), sin entender que en términos de tiempo y espacio aún es muy nueva nuestra participación en el terreno público. Aún es innovador el concepto de que nuestra voz tiene poder y vale lo mismo que la de los hombres.
Para mí todo cambió tan reciente como el 8 de marzo de 2016, Día Internacional de la Mujer, la fecha en que tuve una reunión con un profesor de cátedra en Barcelona para presentarle una propuesta de tesis doctoral. A los dos minutos de exponer mi tema, el ganador de premios académicos me dijo tajantemente que el tópico (relacionado a paz y género) «no servía» porque «las mujeres no importan». Pensó ser muy amable al señalarme que si quería trabajarlo me fuera para el Departamento de Sociología o que fuera mejor a la Facultad de Comunicación porque una periodista debía buscar «temas ligeros». Fuera de que obvió el hecho de que existe una Teoría de Feminismo en las Relaciones Internacionales, el encuentro se deterioró a tal punto que me recordó que ni soñara con casarme ni tener hijos mientras estudiaba porque luego me «descarrilo» y «no podemos tener estudiantes así». Salí de allí impactada con su última frase en referencia a mi trasero que jamás olvidaré. Por días me fue difícil procesar lo que experimenté y más mi silencio ante lo que eran ataques a mi persona y no realmente -como pensé al inicio-, comentarios críticos sobre mi propuesta.
Cuento esta experiencia porque soy creyente de que cada mujer tendrá un momento de impacto en su vida que le hará cuestionar su relación consigo misma y con los demás (hombres y mujeres, por igual). Para mí fue ése y más reafirmó mi vocación de periodista y reportar historias de conflicto, paz y género. Reafirmó mi interés de realizar la investigación propuesta porque concluí que, si yo sufría ese tipo de discriminación, teniendo acceso a la mentoría de intelectuales y por mi educación y ciudadanía ciertos otros beneficios, ¿qué sería de la voz de otras mujeres de mi país y el mundo en otras circunstancias? Similares o no. ¿Quién habla por y para ellas? ¿Cómo ven ellas su realidad?
Por años estuve rodeada de amigas feministas que me repetían una y otra vez «lo terrible» que es la desigualdad de género. Sin embargo, había normalizado en mí la violencia del sistema que me llegué a culpar que me negaran la posibilidad de dar clases y conferencias en las universidades porque, según los directores de programas (todos hombres), «tienes mucho potencial pero te ves muy joven» y «los estudiantes no te harían caso». No vi mal que por meses varios colegas periodistas me recalcaran que yo no podía viajar tanto y querer vivir en otro país porque «te vas a buscar problemas» y «nadie te va a salvar». No vi como una ofensa que en una cita un hombre me preguntara si quería tener hijos porque yo le parecía «muy inquieta». Tampoco vi mal la respuesta que una vez me dio un señor en una gasolinera cuando le pedí la clave de wifi porque estaba perdida: «te la daré porque eres bonita y me caíste bien». No vi mal que mientras entrevistaba a unas chicas para un reportaje en un barrio pobre, ellas me dijeran que escondiera la cámara, que nos estaban vigilando y que en cualquier momento nos podían atacar. No vi cantar y bailar canciones que hablaban despectivamente de la mujer como que se referían a mí. Simplemente, no me importaba. Y para la gran mayoría de las mujeres no importa.
Hace unas semanas una amiga me hizo ver que no podía pretender que otras chicas vieran la desigualdad de género como algo malo y que decidieran actuar al respecto. Hoy que se celebran marchas multitudinarias en EE.UU. y otros países, que varios medios han osado de catalogarlo como protestas anti-Trump y quitado valor al mensaje de reinvindicación de derechos de las mujeres, pienso en esa conversación. Pienso en todas las oportunidades que nos han negado por nuestro sexo y género; las amenazas que hemos recibido desde temprana edad en torno a la proyección de nuestros cuerpos para no «buscarnos problemas»; los hombres que nos han ayudado cuando nos veíamos bien y no cuando salíamos sin maquillaje o ropa provocativa a la calle. Hay tanto que damos por sentado en nuestra sociedad que sólo en comparación con otros contextos veríamos la disparidad. Cuánto hemos avanzado y cuánto no a la hora de tomar control sobre nuestros cuerpos y nuestra vida.
Considero una fortuna haber estado rodeada de amigas y amigos que me ayudaron en el despertar. Tuve muchas preguntas y hasta el sol de hoy, sigo teniendo tantas otras más. Por eso, he definido como una prioridad aprender más sobre las relaciones de poder y el sistema patriarcal. Aprender más sobre la violencia de género -sus causas, consecuencias y rostros- y conocer cómo practicar el periodismo con perspectiva de género. Es necesario contar historias de mujeres y género que pasan desapercibidas en los medios de comunicación tradicionales y en el transcurso, ayudar a empoderar a otras mujeres periodistas para reducir la brecha tan dispar que afecta nuestra profesión.
Si algo deseo es que algún día, no muy lejano, cada mujer tome la decisión de abrir los ojos y finalmente, no se asuste por lo que ve. Que sienta el impulso de hacer algo para controlar su propia vida y si así lo quiere, cambiar su realidad social.
Estamos todas en el mismo barco. Y queda mucho mar por navegar hasta alcanzar el respeto y reconocimiento de derechos humanos de las mujeres en todo el mundo.
La buena noticia es que ninguna está ni estará sola en esta lucha.
(Foto de portada y fin de carta publicada en Open Culture, crédito Shepard Fairey-Obey Giant)
Ante el riesgo de un retroceso en lo poco que se ha avanzado, es hora de reafirmar el derecho de las mujeres a ser respetadas y aceptadas. Hay que recordar que todo lo que se ha ganado puede perderse en un abrir y cerrar de ojos. No hace no 100 años las mujeres no podían votar. ¿Va a suceder de nuevo?