La maquinaria política y mediática a favor de refrendar el acuerdo final de paz entre el gobierno colombiano y las FARC creó un imaginario de victoria en el exterior pero dentro de la nación, la falta de liderazgo en la campaña, el desconocimiento y las dudas sobre el documento reflejaron otra realidad.
Análisis por Natalia Bonilla
Bogotá – Unas seis semanas para informar a un pueblo que ha sufrido por más de cinco décadas un conflicto armado tan complejo no eran suficientes. Esa debió ser la primera señal de alerta tan pronto el presidente Juan Manuel Santos anunció el 2 de octubre como la fecha para votar sí o no a la paz.
Los principales medios nacionales como El Tiempo, El Espectador y Caracol Radio, entre otros, promulgaron una agenda editorial de periodismo de paz adoptando una narrativa más conciliadora y orientativa en torno al acuerdo de casi 300 páginas de extensión. A la opción del “sí” se le sumaba un apoyo de la Administración de Santos y sus aliados internacionales como los gobiernos de Cuba, Noruega, Estados Unidos y la Unión Europea. También, una propaganda positivista que buscaba demostrar al pueblo y a la comunidad internacional que este era el momento para vivir en paz en Colombia. El “sí” tenía mucho más que el “no” y sin embargo, perdió.
“El amor mueve a tus seres queridos, el odio y el miedo son dos cosas que más mueven a la sociedad como colectivo”, me dijo Santiago Cabrera, un joven de 23 años que votó por el “sí” el domingo y que está convencido que el “no” ganó porque logró sembrar dudas y miedos en la población. De hecho, si en algo coinciden los expertos es que el acuerdo final de paz era uno imperfecto pero era lo mejor que se podía haber logrado tras una negociación de cuatro años. No obstante, la mitad de los votantes en este plebiscito optó por el “no” con miras a derrocarlo o renegociarlo. El resultado sorprendió a tantas personas en Colombia y en el exterior de que se pondría punto final al conflicto armado y hay varios factores que contribuyeron a esta desilusión:
1. El «show» de la paz
En la última etapa de negociaciones de paz en La Habana, la mesa de diálogo adoptó una estética cada vez más similar. Camisas blancas, gestos de hermandad, frases de cortesía y discursos conciliadores. La estética se mantuvo en eventos posteriores de concientización del acuerdo en varias regiones de Colombia, con líderes de las FARC pidiendo perdón a las víctimas y una amplia gama de actividades culturales organizadas por universidades y otras entidades para promover el “sí” y la cultura de paz. La prensa internacional daba cobertura de estas conferencias y publicaba las opiniones de figuras ilustres en diversos campos que opinaban sobre el proceso, entre ellos Mario Vargas Llosa, Juanes, Hillary Clinton y hasta Ban Ki-moon. Montar una campaña así fue loable aunque en más que menos ocasiones, silenció voces disidentes y de la oposición -algunas con razones y otras sin ninguna-, inflando el descontento social.
2. La paz de Santos
Los detractores del “sí”, aliados o no a la corriente del uribismo, coinciden en que quieren la paz pero no la que propone Santos. Aquí hay dos vertientes para analizar. La primera es que los votantes del “no” dicen querer una paz “justa”, una que implique mayor castigo y menos beneficios a las filas de las FARC. Los votantes del “sí”, en cambio, han descrito esta postura de los simpatizantes contrarios como una basada en perpetuar la “cultura de venganza” que es producto, a su vez, de la violencia estructural y directa propia de la historia de Colombia.
La segunda parte de análisis supondría estudiar la controversial figura de Santos. Economista y exministro de Hacienda, su posición más polémica fue asumir la responsabilidad del Ministerio de Defensa bajo la Administración de Álvaro Uribe. Su cargo se vio empañado por el escándalo de los falsos positivos aunque eso no evitó que ganara la presidencia de Colombia y adoptara una política contraria a la de su predecesor, apostar por la paz. Al tomar esa decisión, su imagen sufrió altibajos de credibilidad dentro de su Gobierno, partido y algunos sectores de la población. Durante su campaña por la reelección en 2014, se perfiló como el único líder que le traería la anhelada paz a su país y su optimismo, más que rayar en la línea de lo heroico fue visto como un intento de protagonismo a costa del bienestar de la población.
3. El 62,5 % que no votó
Este es el dato que revela el mayor problema de este proceso de paz. Votantes que se abstienen de su derecho porque no creen o no están informados sobre el acuerdo es preocupante. Si tomamos en consideración los pasados dos puntos, podríamos deducir lo siguiente:
- Que el tiempo para “vender” la paz no fue suficiente
- Que el acuerdo final de paz no convenció a la mayor parte de la sociedad
- Que la espectacularización del “sí” fue dirigida a mostrar un ideal de cambio al mundo en vez de destinar esfuerzos en tejer la confianza social interna sobre este resultado
- Que los promotores del “no” fueron consistentes en capitalizar puntos controversiales del acuerdo y las intenciones políticas de las FARC para generar miedo y dudas sobre su implementación
- Que la campaña por el “sí” no supo proveer una garantía de que la implementación del acuerdo final iba a ser exitosa independientemente de quien ganara las elecciones presidenciales de 2018
- Que una gran parte del pueblo no estaba preparado para dejar atrás el escepticismo y la molestia tras vivir décadas de corrupción política y violencia directa o indirecta relacionada al conflicto armado y social
Tras conocer el resultado del plebiscito, Juana Teresa Callejas, investigadora del proyecto de testimonios de víctimas «Yo sobreviví», me dijo en entrevista que estaba “muy triste” porque la sociedad colombiana estaba muy polarizada. No obstante, me indicó que «prefiero un no ganado por 54,000 votos que un sí ganado por 54,000 votos porque si el último hubiera ganado con semejante oposición la implementación de los acuerdos no hubiera sido exitosa».
De hecho, una muestra innegable de que este proceso de paz dio frutos fue que en el plebiscito, el “sí” ganó en las zonas rurales más afectadas por el conflicto armado. Gran parte de las víctimas directas estaban más dispuestas a perdonar y dar una oportunidad a sus victimarios que ciudadanos residentes de urbes que nunca han sufrido directamente el conflicto.
(Foto de portada tomada por: Natalia Bonilla)