Bogotá fue mía esas últimas horas. Mientras caminaba hacia mi destino final, las bocinas de los taxis le hacían coro a la melodía en mi cabeza. Un vallenato de Carlos Vives, claro está, una selección acertada para el aire de romanticismo y libertad que inundaban mi andar.

Quedaba poco tiempo para descubrir la ciudad. Tantas veces adoré perderme en ella y en su vitalidad. Era la primera vez que decidía viajar sola a un destino en Latinoamérica y como turista, un regalo de mí para mí al cumplir los 25 años.
Apenas sentía la rumorada falta de seguridad, más bien fue abrumante ver en cualquier parte innumerables quioscos de dulces y demostraciones de afecto de las parejas tiernas a plena luz del día y la noche, por igual. Colombia es un país en vías de desarrollo y en su capital, se podían marcar los contrastes de clases sociales divididos por zonas, porque los pobres no compartían la misma zona que los ricos, y viceversa. Las carreteras en construcción y los colores de los edificios me acordaron mucho a Ankara, Turquía.
Me disfruté cada momento como si hubiese estado en coma por más de un año, viviendo en una sociedad que privilegia el consumismo, el individualismo y las apariencias.

Ver que en otro país es posible soñar y hay oportunidades de crecimiento, me dio mucha esperanza en el futuro y en el rumbo que
estaré tomando próximamente.
Bogotá me dio mucho, las amistades que visité y las personas que conocí me ayudaron a reafirmar lo mucho que me queda por recorrer en esta lucha por mi pasión y vocación que es el periodismo por un mundo mejor. Aprendí muchísimo sobre el conflicto armado y pude palpar los estragos que ha dejado en la sociedad civil, aún en la capital. Más adelante dedicaré una entrada en el blog a este tema.

Esas últimas horas, la calma me invadió y me convertí en esponja absorbiendo sonidos, olores e imágenes, lo que fuere para servirme de aliento en estos próximos meses antes de mi mudanza definitiva a otro país.
Bogotá fue mía y de más, no está decir, que yo fui de ella también.